top of page

Vanessa Olvera

Actualizado: 18 oct 2024

Los géneros que más utiliza son: cuento y otro.


Cindy Vanessa Olvera Camacho nace en Mazatlán Sinaloa, el 23 de junio de 1984, desde muy pequeña vive en Morelia, Michoacán. Es licenciada y maestra en Historia por la UMSNH. Profesora de bachillerato y licenciatura por vocación. Desde niña escribe cuentos, pequeñas narraciones y crónicas, le gusta escribir sobre lo cotidiano, aunque lo hace cómo una válvula de escape ante la cotidianidad. Cómo historiadora tiene algunos artículos publicados y cómo escritora dos cuentos: “Espera, Esperanza”, perteneciente a la Antología Hecha de Letras, (2023) y “La muerte de Benigno”, colección de terror mexicano, Galería de Sombras II (2023). Sus


Fotografía de Cindy Vanessa Olvera Camacho


demás escritos están en libretas, en su computadora y en un blog olvidado.


TEXTO LITERARIO

Espera, Esperanza

Vanessa Olvera


El parásito que vivía en el intestino de la mantis religiosa fue matándola de forma silenciosa, atravesando con sus tentáculos el tórax, hasta llegar a su cabeza. Las extremidades parasitarias se retorcían como dedos buscando alcanzar algo, la libertad del cadáver. Crujiendo, los tentáculos desesperados, rompieron la corteza verde de la mantis, buscando su propia vida… hicieron que Esperanza abriera los ojos en la oscuridad. Mientras el sonido crujiente se iba alejando, entendió que era otra noche sobre su cama.

Se levantó hacía la cocina, asqueada, desorientada… el agua helada le devolvía la conciencia de que otra vez era la misma pesadilla.

El reloj de la oficina marcaba las seis de la tarde. Apagó la computadora, el dolor de espalda y cuello, le señalaba que ya era hora de regresar a casa, sacó su chamarra y bolsa del escritorio. Sonó la extensión de la oficina de Raúl, su jefe, ¿ahora qué quiere?, si ya sabe que es mi hora de salida.

—Esperanza, ¿puedes venir un momento?

—Voy para allá.

El pasillo se encontraba vacío y se podían escuchar sus tacones. Pasó varias oficinas, presentía que algo no estaba bien. Al abrir la puerta, vio que Raúl no estaba solo, también estaba Paula, de Recursos Humanos, tomó asiento… todo lo demás pareció un sueño, solo escuchó la parte: gracias ya no necesitamos de tu servicio. Por instinto, les estrechó las manos, no sabe bien que pasó en esa oficina. En lo único que había pensado era en las deudas que había adquirido en

el banco, se recordó cuando compraba los muebles de su casa, (no los más caros, pero sí los más bonitos), el enganche de su auto, (tampoco el más caro, pero sí el más cómodo y bonito) … cuando le prestó dinero a su papá, las risas en lugares innecesariamente costosos, los discos de colección que le había regalado a Javier, incluso hasta el gasto del vestido que se había comprado hace unos meses. Después de que su mente pasó por todos esos recuerdos, y aún en shock, por instinto, estrechó las manos al despedirse.


Bajó por el elevador sin estar presente, entregó en la puerta su gafete, subió al enganche de su carro. Cuando arrancó, sintió una presión en su pecho, y la adrenalina de salir del carril y estamparse, aceleró decidida hacia el muro de contención, pero los pitidos de los autos vecinos, hicieron que despertara, mientras su cuerpo se jalaba al frenar. Sus brazos tensos detuvieron el

rebote de su pecho contra el volante. ¿Y si no hubiera muerto?, después tendría que pagar una inmensa cuenta de hospital. En ese momento, la muerte no segura, era lo peor que le podría pasar.


Llegó a su casa, aventó los tacones y se recostó. Regresó la imagen de la mantis verde, atravesada por un enorme parásito que destruía su cuerpo… Se levantó a la cocina, y, de regreso a la recámara, vio su sombra, su cuerpo jorobado en el total silencio. Nadie era testigo de su presencia en el mundo. Esperanza, observa el espacio vacío de Javier, su cuerpo ya no se dirige hacia ella, su voz no le pregunta ¿todo bien?, y sus ojos somnolientos no la miran. Nadie mira su ansiedad.

Se recostó en un lado de su cama y acarició la almohada vacía. Casi amanecía. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue el despertador, era la una de la tarde. Comenzó a recordar su época de escuela, cuando era la promesa de contabilidad. La primera de sus compañeros que había conseguido un buen trabajo, y quizá la primera de ellos en ser despedida sin previo aviso, ¡pero qué cabrones!, ¿y si los demando?, ¿y si eso lleva años?


Las deudas, y las felicitaciones por ser la promesa estudiantil, volvieron a su mente.


A las cuatro de la tarde, el hambre hizo que se levantara de la cama. Tomó el celular, y siete llamadas perdidas de Marisela. ¡Seguro quiere saber el chisme del despido! Apagó el celular, sacó una coliflor del refrigerador, la cortó por la mitad, hemisferio derecho y hemisferio izquierdo. Hasta entonces se dio cuenta que la coliflor tenía una forma cerebral. El cuchillo entraba y salía cortando pequeños trozos. Esperanza empezó a cortar los años que le había dado a la empresa, todos los años que escuchó los chismes de Marisela, las exigencias de Raúl, cuando Paula le dio la bienvenida al trabajo, levantarse temprano, las horas extras no pagadas, el reloj de la oficina, las patas corroídas del escritorio, la fotocopiadora que se trababa, el ponerse la camiseta de la empresa… el cuchillo cada vez más rápido seguía picando trozos más y más pequeños de la coliflor, pensaba en seguir deshaciendo sus años en el trabajo, que ahora parecían en vano, ante un ascenso que nunca llegó. Hasta que por último recordó a su padre. ¿Qué le voy a decir?, soy el único apoyo que le queda, y la única que puedo seguir decepcionándolo. Aún le ocultaba su separación con Javier, los años y el exceso de trabajo habían afectado la comunicación, aunque no el amor. Una indemnización no iba a alcanzar para pagar la decepción de su padre, ni el tiempo que nunca le pudo dedicar a Javier.

Se metió a la regadera, y mientras el agua caía sobre su cuerpo, pensó en tragar toda el agua que pudiera, hasta que sus vasos sanguíneos se expandieran y explotaran. Cerró los ojos, levantó la cara, abrió la boca, y un gran chorro entró tan rápido que la hizo toser… ahora también se sentía inútil por tener ideas tan tontas para suicidarse.

Recordó la historia que su madre le había contado sobre su nombre, Esperanza, porque había sido un embarazo de alto riesgo. La espera de su madre, la esperanza de la familia. A los niños del colegio, haciéndola enojar, cuando le decían “pera verde, pera café, pera echada a perder”, ella cuando llegaba a casa llorando, la mañana del funeral de su madre… Salió de la regadera. El despido del trabajo no era suficiente, eso había desatado una lista de recuerdos desdichados. Bien dicen que las malas noticias no llegan solas.


Mientras cepillaba su cabello enfrente del espejo, sintió los brazos adoloridos del jalón del auto.

¡Qué raro, su cuerpo había estado ahí todo este tiempo!, cuando sintió hambre, cuando tosió con

el chorro de agua. Y ahora sentía dolor físico, revisó sus brazos, sus piernas y encontró moretones, algunos nuevos, otros viejos, la cicatriz de apendicitis, el estómago abultado, los senos más caídos, una cana en el pubis, una uña enterrada. Un retortijón, seguido de un gran ruido en su intestino, hace que Esperanza se contraiga, jalando las cobijas comienza a abrazarse, cierra los ojos, y el dolor comienza agudizarse. Siente movimientos desesperados que vienen de sus entrañas y mueven todos sus órganos.


Cerca de la costilla derecha, sale un tentáculo moviéndose rápidamente. El susto le ha quitado el aire y la ha dejado muda, y de todas maneras ¿quién la escucharía? Ahora también se siente culpable por su soledad. Un segundo tentáculo sale del lado izquierdo, el dolor se agrava, aún quiere resistirse y la desesperación aumenta… siente una tercera extremidad pasando por su garganta, voltea a ver el techo, sabe que ya no puede hacer nada, deja de moverse, es inútil, cierra los ojos y sólo piensa en morir, ya no importa el despido, ni su pasado, solo es ella y su cuerpo atravesado por un gran parásito. Es el parásito de las expectativas no cumplidas que vivía en su panza, y que ahora reclama su propia vida.


A la mañana siguiente de la expulsión, su cuerpo estaba muy deteriorado, pero ahí acompañándola, salvándola. Cuando reaccionó antes del choque, al rechazar el agua, al hacerla dormir, llorar, al estrechar las manos y acuchillar la coliflor, estaba ahí reconociéndose. Se acurrucó en su cuerpo adolorido. La había estado esperando todos estos años, el cuerpo leal, paciente. Cuerpo independiente que desafiaba su autoridad, que era su propia esperanza. El tentáculo que había pasado por su garganta, había destrozado sus nudos, ahora ya dispuesta para hablar, para clamar ayuda, para gritar… fue suficiente para hacer las llamadas que necesitaba.

- ¡Papá, tengo que contarte algo...!



Publicado en: (2023). Hechas de Letras. Antología de escritoras en Morelia. Narrativa. Morelia: Tait; Secretaría de Cultura.

Entradas recientes

Ver todo

Kommentare


Regiones

Apatzingán

Playas

Pátzcuaro

Morelia

País de la Monarca

Uruapan 

Zamora

Géneros Literarios

Poesía

Cuento

Novela

Epistolar

Multimodal

Literatura Infantil

Teatro

Literatura para Jóvenes

Ensayo

Diario

Reflexión Periodística

Otros

Proyecto

Acerca De

Nosotras

Logo-FAC.png
UMSNH.png

Creándonos en las palabras 2024

bottom of page