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Diana Ferreyra

Los géneros que más utiliza son: poesía, cuento, novela, diario y otro.


Diana Ferreyra (1990. Morelia, Michoacán). Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas y Maestra en Historia de la UMSNH. Su trabajo literario ha sido difundido y presentado tanto en eventos culturales como en medios digitales. Ejemplo de ello, fue invitada para el Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes 2023 (Morelia) y el Encuentro de declamadores 2022 (Morelia). Asimismo, ha sido publicada en diversas antologías. Las últimas son: II Concurso Internacional de Cuento Breve “Todos somos inmigrantes” (Benma Editores, 2018), I Antología de Escritoras Mexicanas (El Nido del Fénix, 2018); Tiempos difíciles. Crónicas latinoamericanas de


Diana Ferreyra


pandemia y crisis social (Universidad de Concepción, Chile, 2018); y Cuando te vuelva a ver. Convocatoria internacional de cuentos sobre el confinamiento y la nueva normalidad (2021, Publicaciones Ibero León).

Tiene dos libros: Borrones (SECUM, 2012) y Las guerras congelan los días (Ediciones El Humo, 2015).


TEXTO LITERARIO


Ellan

Diana Ferreyra


Cuando desperté, sentí el vaho de la lluvia. Pero era diferente. Como si el oxígeno lo compartiera con alguien. Las náuseas y los gusanos de mi estómago me hicieron correr al baño. Al llegar, desaparecieron de inmediato. Me dolían los ojos, los labios. El cabello se caía estrepitosamente. Se prendía y se apagaba la luz. Empecé a temer. 

Sonaba el teléfono una y otra vez, aunque no estaba concentrada. Tenía calor. Ráfagas empitonaban mis pulgares y chisporroteaban mis piernas destruidas por mal amores. Necesitaba lavarme la cara. En lo que preparaba el agua de la bañera, empecé a lavarme el rostro. 

De pronto, miré hacia el espejo: había un hombre. Un sujeto de cabello casi blanco. Joven. Hacía los mismos gestos que yo. No dejaba de mirarme. Como si de las entrañas salieran jugos secos o enlamados, empecé a devolver en el lavabo. Era líquido transparente. No servía de nada. No sé si el hombre vomitaba como yo. Levanté mi cara: seguía allí.

Esta vez sentí que una mano rozaba mi cintura. Su tacto era cálido. Su aliento a un lado de mi oído izquierdo. 

—Estoy detrás de ti, dentro de ti.

Buscó mi ombligo. Su dedo meñique se sujetó como dardo. Los vellos de sus brazos se trazaban y se pegaban sobre mi piel. Descubrió mi blusa. Subieron sus manos sobre mis pechos. Los tocaba como botoncitos. Me hizo girar. Se inclinó y me buscó. 


Nuevamente desperté por el timbre. Busqué cualquier calzado del piso y me puse una bata. Era Omar.

—Elisa, ¿qué te ha pasado?

— ¿Qué quieres? —respondí.

—Estoy preocupado por ti. Eli, me preocupas.

—Dile que no sea hipócrita —me decía el hombre a mis espaldas. —Él te dejó. No vas a perdonar su traición.

— ¿Te preocupo? —Le pregunté — ¿Acaso te preocupé cuando estabas con Julia?

Se echó las manos a la cara, con enfado.

— ¿Ya vas a empezar?

—Dile que se vaya —insistía el hombre.

—No te preocupes por mí. Yo estoy bien.

—Dile que estás conmigo.

—Eli, por favor —Ellan me tocaba los hombros —, déjame entrar a tu casa: te ves fatal. No quiero que hagas una tontería.

—Dile que se vaya.

—Eli, ¿por qué no dices nada?, ¿verdad que no estás bien?

—Déjame.

— ¿Qué?

—Vete. 

—Pero…

—Vete. No te voy a dejar entrar.

— ¿Estás con alguien?

—Dile que estás conmigo.

—Sí.

— ¿Con quién?

—Con Ellan.

Cerré la puerta. 


Tomé un lápiz y empecé a hacer un trazo. El hombre estaba detrás de mí. Cuidaba que dibujara perfectamente. Sus dedos cosquilleaban mis codos. Sus labios posaban en mi cuello.

—Recuerda que estoy dentro de ti, Elisa.

—Lo sé…

—No dejes que nadie entre a la casa. No dejes que me vean.

—No…

—Tampoco dejes que entre Omar. 

—Que se pudra.

Sonaba el celular. El hombre me abrazaba sobre su cuerpo. Ya no quería que dibujara. 

—Debes prometerme algo, Elisa. 

— ¿Qué deseas?

—Que cumplas con tu palabra.

El teléfono zumbaba una y otra vez. Ellan no dejaba que lo contestara. Sus pómulos se encajaban en mis recovecos. Era su cuerpo una masa tibia: olía a manzana, a la zarzamora que no muere en verano. Sus ojos eran párpados de acero, rojizos como espías. Sus piernas se entrecruzaban y no dejaban de danzar a mi lado. 

Empezó a llover pero la humedad era más fresca que su cuerpo. Se detuvo. Me dio sus manos y me levantó de la cama. Llegamos al baño. La bañera estaba lista. 

—Cumple con tu palabra, Elisa.

Se metió a la bañera. Lo seguí. Su piel era blanca, apenas perceptible. Me esperaba sentado. Al acercarme, mi columna se acalambraba: como si una luz entrara a mi torso. Buscaba mi rostro y lo tocaba apenas con la punta de su nariz...


—Qué bueno que estás aquí.

— ¿Qué le pasó a Elisa ahora, Omar?

—No sé, pero siento que algo quiere hacer: dice que tiene a otro hombre.

—Si sabes que ella está loca y…

—Pero esta vez me dijo un nombre.

— ¿Cuál según?

Los vecinos veían que había goteras. Omar corrió deprisa al siguiente nivel. Con su amigo, intentó abrir la puerta. Buscó entre el manojo de llaves alguna que entrara a la chapa. 

—No dejaré que nos vean, Elisa, para que cumplas con tu palabra. 

Entre gritos y llamados, sospecharon que estaría en el baño. Después de sus intentos fallidos, buscaron un cuchillo para desatar la perilla.

Cuando dormí, entró Omar con su amigo. Empezó a llorar. No le gustó verme sumergida en sangre. Tocó mi cuerpo tieso de horas. 

—Te dije que no nos verían. Es hora de irnos, Elisa.

Ellan pasó frente a ellos como una deidad. Omar nunca me creyó que vivía conmigo: decía que una criatura tan bella no podía fijarse en mí. Pero tal vez se le olvidó que era el más hermoso y más porque prometió salir de mi cabeza para acompañarme a marchar frente a esas campanas y rugidos de la calle que tanto molestan a los que somos débiles: a los que no debimos haber existido en este mundo. Pero que hay otros inmortales que vienen por nosotros, como Ellan. Sé que me cumplirá la eternidad.


Publicado en: Ferreyra, Diana (2018). Ellan en A. C. Liceaga y D. M. Ramón Cortés (Coord.). Primera Antología de Escritoras Mexicanas (pp. 28-32). El Nido del Fénix.


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