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Diana Rodríguez/La chica de las mil palabras

Los géneros que más utiliza son: cuento, novela y literatura infantil.


Diana Rodríguez es lectora y docente mexicana. Actualmente trabaja en una comunidad rural y estudia la maestría en Educación Socioemocional en Educación Preescolar; recientemente participó en el X Encuentro Iberoamericano de Colectivos y Redes de educadores en Argentina. Es una apasionada del arte, exploradora en el mundo de las emociones y aprendiz de escritora. 

Cree profundamente que el cambio comienza con la educación, no con la violencia. Seducida por las letras, escribe en todo momento y en cualquier espacio a donde la lleven sus pájaros de la cabeza. Sabe que la literatura salva vidas, entonces va por


Citlali Alcantar; Buenos Aires, Argentina, 2024


la vida contando historias a grandes y pequeños, pero sobre todo, a quien quiera escuchar. Se aventura a escribir en blogs, como en Libropolis de Universo de Letras, a participar en conferencias y talleres para niños, pero la aventura más grande ha sido escribir su primer libro: Sentimientos revolucionarios. Recientemente publicó su segunda obra: El día que Amatiza conoció el caos.


TEXTO LITERARIO

El día que Amatiza conoció el caos

Diana Rodríguez


IREKANI

Que la vida nos sacuda, nos despierte y nos permitamos disfrutarlo.



EL REFUGIO DEL ALMA

¡La guerra ha sido declarada! En las últimas semanas se ha impuesto un toque de queda, los niños son reclutados, les venden la idea de convertirse en héroes y, con ello, saborear una vida mejor. Ellos aceptan pensando que es como un videojuego, hasta que las balas atraviesan su pecho. Entonces, en lugar de héroes se convierten en víctimas. Niños que deberían estar persiguiendo sus sueños y niñas a cuyos padres correspondería estar empoderándolas, en lugar de venderlas.

Mamá me ha dicho que seguramente pronto tendremos que escapar, me ha pedido que, si ella no lo logra, no me detenga y busque sobrevivir. En tanto eso ocurra, hoy me he fugado un par de horas; al escabullirme observo a las personas entrar y salir de las tiendas o intercambiar comida de la manera más discreta. Nadie quiere hacer enojar a nadie, porque no sabemos si nos encontraremos con el bando enemigo.

Corro tan rápido como puedo hasta llegar al edificio abandonado. Me dirijo al apartamento 1425. Al entrar, el perfume de los lilis cosquillea en mi nariz, el chocolate caliente humea en la barra de la cocina, mientras Lucina me dice con una sonrisa que tiene un nuevo escrito para compartir, esta vez trata sobre el amor, pero no como el de las novelas románticas. Yo la escucho encantada, preguntándome cómo es que las ideas llegan a su mente. Cierro los ojos… al abrirlos me encuentro con cortinas sucias, el polvo ha reemplazado el olor de las flores, los periódicos comienzan a ponerse amarillos. No he querido mover nada, para no dejar huella de que he estado aquí.

Este sigue siendo mi lugar seguro, pese a que mi mejor amiga se mudó hace mucho. Solíamos invadirlo todo, ella con sus plumas y libretas, yo con mis pinturas y bocetos. Podíamos transformarlo todo, la guerra parecía imposible… Aquella mañana hicimos un pacto, sin importar el lugar, nos seguiríamos encontrando a través de las historias y las pinceladas. Entonces, cumplo mi palabra, el cielo se cubre de pequeños diamantes, las olas del mar se escuchan a lo lejos acompañadas de algún bohemio que le canta a la luna. No cabe duda, la promesa del amor deja de ser un susurro para convertirse en una realidad. 

El arte me envuelve hasta transportarme a mi ciudad secreta, ahí donde los acrílicos y pasteles se mezclan y un mundo mejor es posible en lugar de un sueño guajiro. Ahí pertenezco, aunque este presente intente convencerme de lo contrario. Sé que cuando me toque escapar, esas herramientas serán el mejor salvamento que me podrá acompañar.


Música cómplice: Les Miserables (Medley from the musical)



XHIRANKUA

Si alguien me pidiera un consejo, le recomendaría regresar a su origen.



AL VUELO

—¿Puebla?, ¿qué vas a ir a hacer a Puebla? —preguntó con ese gesto de desaprobación que conocía muy bien.

«Voy a vivir un poco», pensé sin decirlo. Desde hacía tiempo prefería callar en determinados momentos, no porque no fuera valioso lo que tenía para decir, más bien, no todos estaban o están, dispuestos a escuchar o no son receptivos a la incomodidad.

Antes ya había viajado sola, sin embargo, el miedo no dejaba de hacerse presente, sobre todo al ser algo nuevo. Esta vez decidí hacerlo de noche, por otro lado, qué bonito era emprender la aventura sin el corazón roto.

 

Cuando arribamos a la central de autobuses estaba oscuro, así que me senté a leer hasta que terminó de amanecer. Mientras lo hacía, atravesó mi mente la pregunta ¿qué estás haciendo aquí?, pero preferí ignorarla, en su lugar, me dediqué a terminar el capítulo del libro en turno. Una hora más tarde, me dirigí al sitio de taxis. Esa era la parte que más me inquietaba. ¿Y si el conductor se desviaba?, ¿cómo podría saberlo?, ¿y si me estafaba?

Tomé mi maleta y recordé el libro El vuelo de los colibríes, luego me dispuse a confiar. Le entregué el boleto al taxista y me acomodé en el asiento. El paso por las calles grafiteadas y los edificios descuidados volvieron a inquietarme, a su vez, google maps permaneció abierto todo el camino hasta que identifiqué el nombre de mi hotel.

Tan pronto como estuve en la habitación, respiré con tranquilidad y me quedé dormida. Estaría el tiempo suficiente como para que la ciudad aguardara por mí. Al cabo de dos horas salí a conocer el lugar y llegué hasta el conocido Callejón de los sapos, donde varios puestecitos de artesanías ya estaban instalados. Comencé a recorrerlos lentamente hasta verlo acomodado en una de las mesas: pequeño, dorado y con una diminuta piedra blanca incrustada en el pecho. La vendedora me dio permiso para tomar el colibrí, puesto que no le quitaba los ojos de encima.

Igual que Romina (personaje del libro mencionado), también estaba descubriendo mi lugar en el mundo. Era un hermoso día, sobre todo porque era consciente de mi vuelo y podía conocer todo aquello que a las mujeres de mi linaje se les había negado y después, por miedo, ellas mismas habían rechazado. Mientras seguía conociendo la ciudad recordaba que en la cultura maya el colibrí se concebía como mensajero de los buenos deseos. Ahora también significaba que podía comunicarme con mis antepasadas, donde quiera que estuviesen, para decirles que intentaba gastarme la vida.


Publicado en: Rodríguez, Diana. (2024). El día que Amatiza conoció el caos. Morelia: GR editorial.


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