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Elizabeth Medrano Chavira

Los géneros que más utiliza son: poesía, cuento, multimodal, diario, reflexión periodística y otro.


Elizabeth creció en Ario de Rosales, Michoacán hasta su graduación del Colegio de Bachilleres.  

Cuenta con una larga trayectoria como organizadora en campañas de justicia social desde 1994. Su escritura ha sido mayormente política sobre luchas contra la xenofobia y el racismo, la solidaridad con el EZLN y el pueblo de Palestina. Publicó sobre el transporte público, el hambre y la nutrición en las escuelas, el liderazgo, el aburguesamiento, el sinhogarismo, la migración y el abuso policial.  

Es intérprete y traductora con práctica en la justicia de lenguajes y cursó un diplomado de Escritura Creativa en la Universidad del Claustro de Sor Juana en 2011. 

En 2023 publicó “17, Ahora 26, Llegando a 44” una historia autobiográfica en Nos Volvimos a Pasar/We Crossed Again, una antología bilingüe y en Coordenadas Sonoras con estudiantes de la Secundaria Técnica de Atapaneo. Publica en Medium. 



Fotografía tomada por la autora, Sultanahmet Camii, 27 de mayo, 2024


Recientemente regresó a México y vive un proceso de re-conocimiento y busca contribuir a la verdad.


TEXTO LITERARIO

17, ahora 26, llegando a 44

Elizabeth Medrano Chavira


Caminando y caminando ese Paso del Norte me estaba quedando lejos, y tan cerca… Había migra por todos lados. La hora marcada para estar en la gasolinera había pasado. Corríamos, caminábamos, nos tratábamos de cubrir con los arbustos pelones casi inexistentes. Llegó el momento en que me sentí a media tierra, en la mitad del mundo con el abismo abriéndose ante mí y mi lento y perturbado paso. Veía las lucecitas de Tijuana como luciérnagas a medio alumbrar, como resuellos a medio morir y me recordaban a los centenares de velitas que tenía que cuidar Macario mientras casi a gatas pasábamos por el campo deportivo con esos fuertes y groseros rayos que emanaban del alumbrado. Sentía que mis anhelos de adolescente se desvanecían y resbalaban por mi vestido hasta caer al suelo. Todo era como una alucinación porque vestido no llevaba. Los requisitos para la cruzada eran pantalón, ropa y tenis oscuros, para camuflajear. Eso del vestido era un símbolo que me anunciaba aquí se acaba la juventud y los sueños.


Pronto llegó un momento de “descanso” y era porque no podíamos avanzar, la migra nos rodeaba. Agachados y en el suelo, veíamos a un grupo de gente, “Ya los agarraron,” decía el Coyote. “¿Ya ves? Por eso te digo que no vayas a hablar con nadie y no dejes que nadie se te pegue. Yo nomás te voy a pasar a ti.” A esos pollos ya los estaban metiendo a la camioneta blanca. Seguimos y todo era caminar, correr y tirarnos al suelo. Cerca de ahí fue donde metí la pata, si, en una zanja con agua al lado de un terreno que parecía sembradío. El Coyote se carcajeó de mí. Como estábamos dando vueltas y vueltas sin avanzar todo aquello se me hizo un lodazal. Caminamos y corrimos más. Ahí estaba otro grupo de migrantes cazados por esas camionetas. 


Pensé en mis amigos, en la temporada de exámenes le ofrecíamos dinero al conserje del colegio para que nos sacara una copia del examen de cálculo. Toda la movida tenía que hacerse por la noche, en secreto y a oscuras. Ahí, aunque estuviésemos haciendo algo ilegal y corrompiendo al personal de la escuela y al estudiantado, al menos estábamos en grupo y todos nos arriesgábamos, hasta era emocionante hacer algo así pues íbamos contra los límites de lo permitido. En la frontera todo es riesgo y no hay diversión, estaba sola y sentía el peligro. Los helicópteros zumbando y rezumbando con luces penetrantes infrarrojas, camionetas por doquier, migra a caballo, jinetes de mi apocalipsis. Esos galopes tronaban en mi oído y tan cerca de donde yacía mientras suplicaba ‘¡Hazme invisible! ¡Hazme invisible!’ Quería desaparecer, hacerme tierra.


Ya eran las tantas de la madrugada, no había ni para adelante ni para atrás y mi pierna pesaba por la atascada de lodo que se me formó. El Coyote me empezó a platicar de sus pasadas, de sus hazañas y los tantos pollos que había cruzado. Me preguntó a qué iba al Norte, y por qué, y me ofreció llevarme a Los Ángeles, “Directito y no te cobro.” Le dije que iba a estudiar inglés y a trabajar y a reunirme con mis hermanos. Ahí rezaba incesante mientras contestaba, temía algo me podía pasar. Este era un hombre y yo sola en un espacio inmenso, tirada en el suelo junto a él. En la plática me di cuenta de que este no era amigo o conocido de Rolando, nunca lo había visto antes. El miedo aumentaba. 


El helicóptero se acercaba con ese ruido tormentoso del que no me recupero, el polvo que levantaba con la velocidad de la hélice, y esa luz cegadora. Agachada, pegada a la tierra. “Nos miran, pero se hacen. Nos están haciendo el paro. Como ya agarraron a todos los demás…” decía el Coyote. Según su experiencia, concretó José, seríamos los únicos en pasar esa noche. Me insistía en llevarme a Los Ángeles. Amanecía y estábamos cerca de la autopista pasando por los tubos inmensos del desagüe, esquivando como podía el desperdicio para llegar a lo alto, al escondite debajo de la autopista entre aguas negras, alambrado y cajas de cartón con las que habría de cubrirme. Allí me dejó José, no sé por cuanto tiempo pues a pesar del miedo estaba tan rendida y en shock que mi sistema no podía más y me quedé súbitamente dormida.


Cuando me despertó me dijo que me quitara los calcetines pues estaban cafés, por el lodo. Me dolió tanto dejarlos en el escondite. Caminamos por otros terrenos que parecían estar al borde del mundo, casuchas pegadas unas a otras como si la gente estuviera acampando. Casas de paso. El ruido y alta velocidad de la autopista perturbaba, me sentía enferma, mareada, débil. Llegamos a la casa de los contactos coyotes. Saludé, me ofrecieron caldo. Me daba asco. ‘No. Gracias.’ Me dieron unos calcetines azules viejos y me los puse. Tenía que esperar a José otra vez pues se fue a buscar a Rolando a la gasolinera unas 18 horas después de la hora pactada. Involuntariamente volví a dormir. Cuando llegó me trajo un cambio de mi ropa. “Cámbiate para que estés limpia.” Puse mi ropa sucia en una bolsa de la Comercial Mexicana. “No uses esa bolsa, hay migra por todos lados. Si te ven con esa bolsa van a saber que acabas de cruzar.”


Publicado en: Medrano Chavira, Elizabeth. (2023). 17, ahora 26, llegando a 44. Nos Volvimos a Pasar/We Crossed Again, bilingual anthology, USA: Lori Celaya y R.E. Toledo / Editorial Colibrí.


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