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Josefina María Cendejas

Actualizado: 15 jul

Los géneros que más utiliza son: poesía, epistolar, literatura infantil, reflexión periodística y otros.


Nektli Rojas

Josefina María Cendejas es académica, activista y escritora. Durante más de tres décadas ha transitado de su preocupación por la condición de las mujeres (co-fundadora del feminismo en Michoacán) a las luchas medioambientales (co-fundadora del

ambientalismo en Morelia) a la búsqueda de alternativas económicas equitativas y justas (co-fundadora de estudios de posgrado de economía social solidaria en México y América Latina). Ama la docencia, el diálogo de saberes y la complicidad entre mujeres. Estudió escritura creativa en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Es autora de Transfiguración y otros relatos (2022), publicado bajo el sello de Tait. Morelia


TEXTO LITERARIO

Nada, nada, nadar…(fragmento)

Josefina María Cendejas

El mensaje era escueto y conciso: tenía que estar en el aeropuerto de la Ciudad de México a las 8:30 del próximo jueves para abordar el vuelo 306 a Cancún. Yo no tenía nada que hacer allá. No tenía planes de viajar, ni dinero, ni deseos de nada. Pregunté a Sandra, mi secretaria, quién me regalaba ese viaje que yo no había pedido. A quién le interesaba que yo fuera a Cancún, por qué debía hacerlo, con qué fin. No había respuesta, sólo una orden. Una persona me esperaría en el aeropuerto para entregarme el boleto: viaje redondo con regreso a los tres días. Pensé en esos fraudulentos sorteos de los que había oído hablar alguna vez. Alguien te llama por teléfono diciendo que te has ganado un viaja a Acapulco, te dan el boleto y al llegar allá tienes que pagar todo o meterte en una pocilga inmunda o algo así. Pero deseché la idea; algo me decía que no se trataba de una trampa. 

Una siempre espera que ocurran este tipo de cosas. Que suceda algo inusual, algo mágico. Que alguien llegue y nos sorprenda con una propuesta descabellada y nos obligue a actuar de manera distinta a la habitual. Pero cuando esa ocasión llega, lo que te sorprende es el miedo. El miedo a que las cosas cambien, así sea para mejor. Yo deseaba intensamente que mis cosas cambiaran. Me encontraba totalmente maltrecha y obnubilada después de un par de amoríos simultáneos y desastrosos. Lo único que quería realmente era meterme en la cama a dormir durante una semana entera, y que ruede el mundo. Sacar de alguna parte de mí una doble que hiciera todos los deberes por mí, que hablara con la gente y diera la cara a todos los que vinieran a pedirme o reclamarme cualquier cosa. Que pagara la renta y el teléfono, que asistiera a las juntas, que cumpliera con los planes de trabajo, y llamara de vez en cuando a mi madre para decirle que estoy bien. Mientras, yo dormiría un sueño vacío y algodonoso, como el limbo de los bebés que se van sin ser bautizados. 

El mensaje no tomaba en cuenta mi parecer. Era anónimo y frío. Era una orden. Miré a mi alrededor: los estropicios causados por mis últimas hazañas libertarias estaban por todas partes. Montañas de papeles sobre mi escritorio, una Sandra harta de justificar mis ausencias ante los jefes, deudas impagables, cartas insultantes de corazones heridos, ropa sucia, botellas vacías, ceniceros repletos, el auto chocado y la cuenta bancaria en ceros. Cada pequeño desastre era un grito de reproche. Había que hacer algo ya. Eso venía repitiendo mi arrumbado superyó desde hacía semanas, pero la verdad era que no tenía ganas de hacer nada. Estaba en un punto muerto. Nada por delante. Todo desecho por atrás. Había tanto qué hacer que no sabía por donde empezar. Nada de lo que se me ocurría parecía significativo o pertinente. Deseaba que alguien se apareciera de pronto y me dijera: haz esto o haz lo otro. Pero, ¿quién? Yo ya había dejado muy claro que odiaba los consejos y, por lo tanto, nadie se atrevía a dármelos, porque además sabían que haría exactamente lo contrario. Entonces decidí obedecer. Seguir ciegamente las instrucciones para ir a Cancún… y empezar a hacer la maleta. Una punzada en el pecho me detuvo por un instante: ¿y si llama él… o él? ¿Si alguno quiere hablar y arreglar las cosas? ¡Pues que no me encuentren! Con un gesto de furia borré las fantasías de reconciliación y abordé el autobús a México. 

En el aeropuerto no me esperaba nadie. Revisé la lista de pasajeros del vuelo 306 y mi nombre no estaba registrado. Maldije para no hundirme en el pánico. 

Me vi ahí, en medio de aquellos turistas italianos que documentaban su equipaje para el vuelo 306. Ellos sí que estaban en la lista. Ellos sí que iban y estaban civilizadamente protegidos contra imprevistos… Además, iban en grupo y eran hermosos, y no estaban escapando de ningún desastre, y… bueno, al menos eso era lo que aparentaban con sus carcajadas sueltas y sus bermudas de colores. 

Cuando estaba a punto de soltar el llanto, sonó una voz celestial detrás de mí. 

⎯¿Señorita Fulana?

⎯¡Sí!

⎯Aquí está su boleto. Disculpe la tardanza, pero como no la conocía, anduve dando vueltas y preguntando hasta que la encontré. 

⎯Sí, soy yo. Gracias. Ya estaba pensando que todo era una broma de mis enemigos. 

El hombre ya se alejaba de mí cuando todas las preguntas se me enredaron en la lengua. 

⎯¡Oiga, espere…! ¿Qué voy a hacer al llegar? ¿En qué hotel voy a hospedarme? No tengo dinero, ¿quién va a pagar mis comidas, el transporte allá?

⎯No se preocupe, todo está resuelto⎯me gritó mientras desaparecía de mi vista. 

Subí al avión con una mueca que pretendía ser de seguridad. Ventanilla, zona de fumar, por supuesto. A mi lado, dos muchachas atléticas y sin maquillaje hablaban de los lugares a donde irían a bucear, del nuevo equipo que traían consigo, de la cámara sumergible con la que grabarían los bancos de coral, de los cuates con los que se encontrarían en las discotecas esa misma noche. Otra punzada en el pecho, esta vez acompañada de sonrojo en la cara: no sé nadar. ¡Qué diablos iba a hacer yo en Cancún si ni siquiera podría meterme a bailar con las olas! Otra vez el coraje, la rabia contra mí misma por no haberle hecho caso a mi hermana, que me incitaba a tomar un curso de natación en las pasadas vacaciones de verano. Claro, yo no tenía tiempo, como siempre. 

Aterrada por mi segura inutilidad frente al mar del Caribe, pedí una cerveza helada y me puse los audífonos para no seguir escuchando a las orgullosas buzas, que hacían un alarde tan descarado de sus destrezas. Me concentre en la pantallita de tv que exhibía un documental sobre las ruinas mayas. Eso es, voy a ir a Tulum. Allí encontraré el sentido de todo esto. Recibiré el mensaje de alguna diosa morena y arcaica, que me dirá qué estoy haciendo en este avión, y en Cancún, y en Morelia, y… ¿en el mundo?


La autora también escribe en los géneros poesía y cuento


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