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Karla Tinajero Núñez

Los géneros que más utiliza son: diario, cuento, novela, poesía y epistolar.


Karla Tinajero Núñez es egresada de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Ha trabajado en la Secretaría Particular y en la Subsecretaría de la Secretaría de Igualdad Sustantiva y Desarrollo de las Mujeres Michoacanas de 2021 a 2023. Trabaja en el Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura de la Secretaría de Cultura de Michoacán desde 2023 a la actualidad.


Fotografía de Karla Tinajero, tomada por Carolina Ayala


Es diplomada en "Funciones del Comité de Atención y Mediación" para la Certificación de Espacios Libre de Violencia por parte de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (2022).

Participó en el encuentro de poetas y escritoras Mujeres con piel de pluma en 2022 y publicó el texto narrativo Diario de una mujer frustrada en la antología de dicho encuentro en 2023.

Es hija de comerciantes, activista feminista y estudiantil, con un fuerte compromiso hacia las causas sociales.


TEXTO LITERARIO

Diario de una mujer frustrada

Karla Tinajero Núñez


A dos tercios de algún febrero



Queridas páginas:



La memoria me trae una mala jugada, hoy recuerdo más de lo que quisiera: recuerdo especialmente la bicicleta oxidada, el radio viejo y el tocadiscos. La casa de mi abuela me pareció siempre una suerte de paraje museográfico lleno de artefactos que aún no logro comprender en su totalidad. Por todos lados había espejos, pinturas en miniatura, fotografías llenas de nostalgia y flores secas atrapadas entre las páginas de libros cubiertos por un velo de polvo. Recuerdo a Beatriz, así se llamaba, siempre como una figura solemne y amorosa, preguntando con cautela:

- ¿Por qué lloras, María?

María, ese nombre que me hacía preguntarme sobre la grandeza de aquella mujer cuyo vientre cuidó el misterio más grande de los tiempos, el secreto mejor guardado. Pero la grandeza de ella no radicaba en su invención, sino en lo que traería después. La madre de Dios. ¿Quién más grande que él? Pues su madre.

María, ¿sería que en mi nombre estarían conjuradas todas las peripecias y el olivo de nuestro rastro por el mundo? Quizás, pero ¿cómo ignorar el vestigio histórico de todo lo que me conforma? ¿Cómo ignorar los pasos de todas las que me anteceden? Yo podía ver en mi nombre la figura inmaculada de una santa y la imagen incomprendida de una prostituta.

-María. - decía- no te quedes en el pasado.

A ella que, con tan solo mirarme, podía ver a través de mi máscara y saber lo que llevaba dentro, la recuerdo trenzando mi cabello, recogiendo con él toda tristeza que me abrumara el alma de la misma forma en que su madre solía hacer con ella y esa línea, configurada en un todo equilibrado, parecía la especie de algún rito ancestral del que yo formaba parte antes de nacer.

Mi abuela, una mujer de bronce, nunca permitió ver a nadie su propia pena. Aliviaba a todo el mundo con la maestría de una curandera, mas nunca dejó que nadie viera sus pies cansados, sus manos temblorosas y su andar despacio. Para ella, era todo antes que sí misma. Yo podía observar cómo cargaba el peso del mundo sobre sus hombros y sostenía al mismo tiempo a las niñas en sus brazos.

Ella decía que las mujeres como ella no podían enfermarse porque, de lo contrario, el resto sería insostenible. Y tenía razón, por supuesto. Aquella gran casa realmente no descansaba en las vigas de madera que la atravesaban, sino en las grandes mujeres que la habitaban. Las tías, sobrinas, las nietas, amigas y madres, que siempre andaban a prisa por aquellos pasillos, traían vida a todas las habitaciones, llenaban de murmullos todos los cajones y cubrían de ternura todas las ventanas. Incluso, la acción más cotidiana como la cocina, terminaba convirtiéndose en la práctica más catártica, pues sólo ellas sabían convertir la amargura del mundo en los más deliciosos alimentos; así transformaban los instantes más ordinarios de la vida en las memorias que me acompañarían para siempre. Pero ellas comprendieron desde el inicio que no había justicia en aquello porque la casa inundada del perfume femenino no era más que el recordatorio de la figura de una sombra ausente.

Alguna vez mi prima Isabel me dijo que le parecía que la abuela solo esperaba. Entonces era muy pequeña para comprenderlo. Después entendí que el cansancio y la espera de Beatriz no eran más que el hartazgo de una vida que no fue hecha para nosotras.

Tal vez eso tengo, me ha alcanzado el hartazgo. Recuerdo también a mi madre. Pienso en lo mucho que me asombra la apariencia que pueden tomar los sentimientos en términos físicos, tal como en esa ocasión en que las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras fruncía las cejas y un torrente de problemas se nos vino encima. Aquella contradicción cuasi armónica entre su enojo y su tristeza, que se encuadraban perfectamente en dos sencillos y complejos gestos de su rostro, me hicieron pensar en que realmente no estaba furiosa por mi culpa, sino complejamente transgredida por nuestras circunstancias. Parecía molesta porque se me había caído el plato de las manos y se había esparcido en el piso todo lo que en él había. Me gritó. Pero yo sabía que realmente no le importaban mis torpes manos de niña, ni lo poco que había en el plato, sino lo mucho que habríamos de esforzarnos para volver a llenarlo. No me gritó a mí, arremetió contra el injusto peso que llevan sobre de sí las mujeres frustradas.

Como dije, este mundo no fue hecho para nosotras. Esa tarde pensé en aquello que me dijo mientras regresábamos a casa cuando inocentemente le pregunté ¿qué haremos ahora, mamá? y me respondió con una voz apagada - A veces no lo sé todo, hijita.

Más adelante lo pude comprender: a veces una va por ahí sin saber realmente nada. Hoy comprendo todas aquellas cosas que la ingenuidad de la niñez me protegía de ver por completo.

Luego de lo que ocurrió esta tarde, no pude más que recordarlas a ellas, a todas ellas y sus historias que vienen conmigo. Por supuesto que todos estos fantasmas no son gratuitos, después de todo, este lado de la historia nunca fue sencillo; casi siempre lo fue todo contado por los vencedores y muy pocas veces nuestro testimonio fue escuchado, por eso ahora solo me abrazo a estas tristes páginas en la espera de que puedan entenderme.

Si me voy, si huyo lejos, si desaparezco entre las noches, solo ha de ser por este cansancio que tan bien conoció Beatriz.

Ahora los perros ladran y puedo ver por mi ventana cómo el azul oscuro del cielo de noche me observa detrás de ella, preguntándose quizá si esta sería la última de tantas noches. Tal vez aún quede algo, tal vez todo se pierda o tal vez encuentre el modo, pero ahora solo deseo cerrar los ojos: soñar.


Publicado en: Tinajero Núñez, Karla. (2023). Antología Mujeres con piel de pluma. Morelia: H. Congreso de Michoacán de Ocampo, LXXV Legislatura.


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