Los géneros que más utiliza son: poesía , cuento y diario.
Ofelia Yunuen Herrejón Pérez. Nacida en Morelia, Michoacán. Contadora Pública de profesión, contadora de historias y poeta por vocación. En el año 2000 publica por primera vez sus poemas en un folleto del Colectivo Artístico de Morelia, A.C. Trabajadora en los Servicios de Salud de Michoacán desde 2002 hasta la fecha. En 2010 gana el primer lugar nacional como autora del Himno “Enfermeras Mexicanas”. Instituido desde entonces como el Himno oficial de la Enfermería en el país. Diplomada en Desarrollo Humano a través de las Artes, avalado
Fotografia de Yunuen Herrejón
por la Secretaría de Cultura de Michoacán y Rutas ConSentidos Academia de Artes y Desarrollo Personal. En 2022 publica de manera independiente su primera antología de poesía “Sembradora de palabras”, editorial Luz y Vida. En 2023 es publicada en la Antología de Escritoras en Morelia, Narrativa “Hechas de Letras”, Editorial Tait y la Secretaría de Cultura de Morelia.
TEXTO LITERARIO
OFELIA
Yunuen Herrejón
Ella era así, una mujer que dejó huella en todo aquel con quien cruzó su camino, por su sonrisa amplia, sus manos dispuestas, su palabra franca, su corazón generoso, pero, sobre todo por ser de una sola pieza, a veces golpeada y rota por la propia vida, pero siempre entera, siempre ella, siempre Ofelia.
Son muchas las historias que atesoro de mi abuela. Hoy viene a mi mente una en particular. No me tocó vivirla junto a ella, pero vive en mi imaginario al cual recurro cuando necesito de su fuerza.
Cuenta mi madre que al poco tiempo que yo nací, su hija primogénita, recurrió a mi abuela Ofelia para pedir su apoyo, pues requería que le recomendara a una joven que ayudara a cuidarme cuando ella tuviera que regresar a trabajar. Mi abuela le habló de un compadre que vivía en Agua Verde, comunidad del lago de Zirahuén. Él tenía varias hijas jóvenes y tal vez alguna estaría interesada en estudiar en la capital y aceptar el trabajo.
Mi abuela Ofelia le propuso hacer el viaje juntas. Acordaron el día y, llegada la fecha, se fueron en tren. El viaje fue plácido, dio tiempo para el reencuentro entre madre e hija. Al llegar al muelle principal de Zirahuén, tomaron la lancha para cruzar el lago y desembarcar en Agua Verde. Caminaron cuesta arriba entre sinuosos senderos del bosque que limitaba al lago y se reflejaba generoso en su espejo.
Por fin llegaron a la casa cerca de la hora de la comida. Los compadres las invitaron a compartir los alimentos, luego se hizo la sobremesa entre la plática amena y sorbos de humeante café de olla. Las horas transcurrieron sin sentirlo como ocurre con las personas queridas que se reencuentran. Finalmente, acordaron sobre el asunto que les llevó: una de sus hijas mayores tomó la oportunidad. Terminando el verano se iría a cuidar a la pequeña y continuaría sus estudios.
Se percataron sorprendidas que eran cerca de las 6 de la tarde, la última lancha que podría regresarlas al muelle había pasado una hora antes. El cielo encapotado anunciaba la tormenta, mi madre comenzó a inquietarse. Les ofrecieron quedarse hasta la mañana siguiente, pero esa no era una opción para ella: tenía que regresar porque le angustiaba dejar a su pequeña. No había previsto lo necesario para dejarla toda la noche. Además, no había teléfono para avisar, debía regresar y así se lo propuso.
El compadre explicó que si caminaban bordeando el lago llegarían hasta la noche al muelle, pero era riesgoso con tormenta. Después ofreció, no muy convencido, llevarlas él mismo en su estrecha canoa, apenas cabrían los tres y tendrían que ayudar a remar hasta la otra orilla. Se miraron y, confiando la una en la otra, le tomaron la palabra.
Así fue como Ofelia, madre e hija, terminaron remando juntas en una estrecha canoa a la mitad del lago de Zirahuén. Era verano, temporada de tormentas. Apenas salieron de Agua Verde cuando comenzaron a caer sobre ellas gordas y frías gotas de agua. Siguieron determinadas, no se iban a detener, aunque ya iban empapadas. Al llegar a la mitad del trayecto, el manto gris del cielo se rasgó por completo. Una copiosa cortina de agua las cubrió, el oleaje se hizo más intenso, ráfagas furiosas de agua y viento les golpeaban el rostro y el cuerpo. Mi madre empezó a tiritar un tanto de frío, otro tanto de miedo, al ver que la canoa se llenaba de agua. Dejó de remar. En su mente, también había una tormenta de pensamientos, su reacción fue buscar un recipiente con el que se empeñó en la titánica tarea de sacar el agua.
Mi abuela la miró y se reconoció en su hija. Recordó los temores de ella misma como madre primeriza, comprendía su angustia, pero no podía dejar que el miedo le robara la capacidad de estar presente en ese momento ¿Qué al fin no estaba ella ahí que era su madre? Mi abuela Ofelia no dijo nada, solo comenzó a cantar con toda la fuerza de su ronca voz. Cantó todas esas canciones que se sabía y soltaban sollozos de su corazón, ese al que le hizo un nudo cuando quedó viuda con seis pequeños asidos a su falda un par de décadas atrás. Cantó hasta que su hija dejó de oír la lluvia.
Mi madre volvió de sus nublados pensamientos y, extrañada, no concebía cómo podía cantar en ese momento. Sin embargo, siguió prestando atención, mientras la escuchaba cantar así. Sin entender de qué manera, supo que estarían bien. Sobre ellas el cielo relampagueaba, pero mi abuela cantó más alto, no como quien reta a su creador, sino como quien le dice “aquí estoy”.
No hay tormenta que sea eterna, aunque así se hubiera sentido, y al amainar la lluvia, pudieron acercarse hasta llegar al muelle. Algunos lancheros que estaban resguardados quedaron sorprendidos al ver emerger de la tormenta a la pequeña embarcación. Les escurría agua y fango por todas partes, el frío se les calaba con la ropa empapada, pero no detuvieron su paso hasta llegar de nuevo al tren. Ahí los pasajeros observaban de reojo el estado en el que iban, ninguno intuía siquiera el valor y el coraje de esas dos mujeres que no pararon hasta cumplir con su propósito: volver a abrazar, arropar y acunar esa noche a Ofelita, como mi abuela me llamaba.
Sí, soy Ofelia, como mi madre, como mi abuela. Crecí escuchando la sentencia “Ofelia tenía que ser” por parte de algunos familiares y conocidos, como una forma de hacer notar la tozudez y ciertos rasgos de nuestro carácter, después supe que Ofelia significa “Mujer que ayuda”, sin embargo, el compartir la vida con ambas y conocerlas de cerca a ellas, sus sentires, sus historias, sé que son eso y mucho más, para mí son un soplo de inspiración, para recordar e invocar la fuerza que habita en las mujeres de mi linaje, mujeres que cantan bajo la tormenta.
Publicado en: (2023). Hechas de Letras. Antología de escritoras en Morelia. Narrativa. Morelia: Tait/Secretaría de Cultura de Morelia.
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